Ricardo Yáñes
El lirismo de la vida se percibe mejor si cultivado, y se cultiva no sólo con trabajo sino mediante trabajo ritual, ese trabajo que a más de trabajarnos nos despierta. ¿A qué nos despierta? A la unidad de todo, a la diversidad de todo, a la universalidad de todo. El lirismo de la vida armoniza la vida, afina la conducta, limpia la mirada –en ocasiones dejándola un poquillo borrosa. ¿Se puede ser héroe sin lirismo? ¿La tragedia del héroe consistirá en perderlo? La soledad del poeta es la plenitud del poema. Era raíz, no flor ni fruto, pero era flor y fruto. El sentido de lo poético, o mejor, de la poesía, ¿es el sentido de la vida? El lirismo de ésta, ¿es el índice del ángel que señala el camino de regreso al paraíso, ahora –si ello fuese posible– trascendido? He entrevisto, o fragmentariamente visto, a algunas personas recorriendo el lirismo de la vida (no otra cosa hace el lector de poemas, el lector de poesía). Las he visto en los libros y, por así decirlo, en la vida, respirándolo, volviéndolo palabras. Palabras que organizan, reorganizan el lenguaje de todos. Las palabras de la tribu son el universo de la tribu. La danza de la tribu es la danza del universo. Las palabras nacieron del lirismo de la vida.
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