jueves

so.te.ra

Sotera cumple nueve años de estarse pudríendo su cuerpo dentro de un hoyo en un panteón de un pueblo que la vio hacer tantas cosa, o quizá sean pocas, ella era una mujer, una que nació cuando la revolución mexicana estaba en las ultimas. Y me pongo a suponer que creció en épocas muy dificiles, que tuvo que padecer cosas que ahora son tan ajenas a mi, su apellido también es tan ajeno a mi, si acaso no lo fuese es por recordatorios memoriales; el padre ha mencionado su nombre completo en la misa de hace un rato. Su nombre junto con el de otros finados suena tan lejano en mi cabeza. Es la misma sensación al quedarse de pie de frente a su tumba y saber que debajo están los "restos" de ella, no se siente nada de nada, es un gran vacío en uno, solo me quedo imaginando como se pudre el cuerpo de uno en un hoyo como ese.
Y de pronto, un día cualquiera (menos los de panteón o los de misas en su honor) me visita en un sueño, entonces la siento, paso varias veces las imagenes de ella, de ella sola y de mi con ella, entonces es cuando pienso lo mucho que no es ajena a mi. Llegó invariablemente al recuerdo del hospital, ese donde todos esperaban junto a su cama que la muerte viniera a hacer lo suyo, y yo de colada, por una suerte de azar logré acomodarme a su lado y susurrar le un saludo al oído junto con un beso, enojada con el resto del mundo, abre los ojos para mirarme directo a la cara para saludarme, un estúpido respirador no la deja hablarme, no es necesario, entiendo su enfado con todos y sus ganas de vivir.

La muerte, como un fracaso o como un triunfo de vida me hace sospechar de lo ajeno y lo no ajeno en mi vida. De lo mucho que uno puede pudrirse en un hoyo y estarse de visita a mitad del sueño de otro.

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